Es una conversación íntima con nuestros muertos. Es encender las velas cantando la canción de los amigos, es servir el agua pa’ los sobrinos, preparar el mole del tío, tomarnos un carajillo al colocar la foto del abuelo; es contarle a nuestra muerte las razones que inventamos para no abrirle del todo nuestras vidas.
Es hechizarse con la voz de la Catrina en el metro, gritarle a los vivos que nos dejen morir en paz, abrazarnos antes de escuchar que otro se nos adelantó; es volver a llenar la casa con sus voces y aromas, es el amor sobre el que se monta la ofrenda cada primero de noviembre.